Cartel del Cid. |
Todo lo que llegó a través de mis
ojos era tan cierto como las historias de mis juegos. De hecho, aquello era un
material de primera calidad para jugar con los clicks de Playmobil. Poco
importaba que fueran los de Fort Bravo, los indios serían los moros y los
vaqueros los caballeros del Cid.
La película se centraba en la figura
legendaria, simplificando el complicado panorama político de la época en una
Península Ibérica dividida en varios reinos cristianos y taifas musulmanas. El
guión se alimentaba de lo más espectacular y deslumbrante del mito incluyendo
su vertiente mística o incluso un aire de legendaria santidad.
µ
Charlton Heston, el rostro del Cid.
Cuando la maquinaria de Hollywood
se adueñó del héroe castellano, allá por los 60, sólo tenía intención de hacer
una superproducción que atrajese al público a los cines, utilizando una fórmula
que conocían muy bien: pareja protagonista atractiva y con tirón envuelta en
apasionada historia de amor en un trasfondo de épicas batallas con cientos de
extras, cuidados decorados y vestuario, acertadas localizaciones con castillos
y una hermosa banda sonora.
Heston encarnando al Cid en sus últimos días. |
Un Anthony Mann en horas
bajas, fue el elegido para dirigir la película, que como a mí en aquella tarde
de domingo, cambió pistolas por espadas y el legendario oeste por las tierras
del levante y Castilla. El film tiene un regusto claro a western donde Mann
había brillado con títulos como “El Hombre de Laramie”, “Horizontes Lejanos” o
“Colorado Jim”. Además “conocía España”, puesto que estaba casado con Sarita
Montiel (que tuvo papeletas para encarnar a doña Jimena).
El resultado fue un épico film,
donde Mann no supo sacar todo el partido a las escenas románticas entre doña Jimena
(Sofía Loren) y el Cid (Charlton Heston). Tampoco hay que
culparle totalmente por la falta de química entre los protagonistas, parece ser
que la Loren
complicó el rodaje con actitudes altivas y de estrella. Pero la obra brilló en
los duelos, las batallas y en dotar al héroe de una gran hombría, valor,
fuerza, justicia y obstinación. Presentándolo como un enviado de Dios para
defender a España contra el invasor, una especie de iluminado divino repleto de
valores honorables que habían sacado de los cantares de gesta y otras obras
adoctrinadoras del medievo.
Pero ante todo, El Cid, es el
portentoso derroche de un Heston en el mejor momento de su carrera tras
protagonizar “Ben-Hur”. Insuflando vida a un personaje que hasta entonces había
alimentado el imaginario popular, adueñándose totalmente del mito o el espíritu
del héroe del cuerpo del actor. El rostro de El Cid es el de Charlton Heston.
µ
Santificación del Cid.
En los primeros fotogramas de “El Cid”
un fraile reza entre la devastación y la respuesta a sus plegarias es un hombre
que lleva un Cristo a cuestas, no es otro que Rodrigo Díaz de Vivar. Ni
los monjes del medievo hubieran ideado una presentación mejor. El Cid como un
mesías que dará su vida por conservar a España del invasor y en paz. Desde
luego que en la Edad Media dotaron
al mito de una elevada moral cristiana pero no llegaron tan lejos como los
americanos.
Bueno, en realidad, llegaron muy
lejos. En el monasterio de San Pedro de Cardeña se celebraba culto por
el Cid. Al peregrino se le enseñaban las reliquias cidianas: los olmos bajo los
que estaba enterrado Babieca y su criado, el taburete de marfil donde estuvo su
cadáver, un ajedrez que le perteneció y su propia tumba. Narraciones de los
logros y sus obras junto con las reliquias asociadas constituían la hagiografía
del Cid, tratándolo como un santo.
Los reyes iban a visitarlo e inclinaban la cabeza, refiriéndose a él como “el
santo caballero”. Realizó buenas y grandes obras como la fundación de una
leprosería, una parroquia y un manicomio en Palencia. Cierta referencia hace la
película, que en el destierro del Cid da de beber a un leproso llamado Lázaro (en
clara referencia al pobre Lázaro del Nuevo Testamento considerado santo
patrón de la lepra), subrayando el noble corazón y la bondad del “santo” Cid.
También la leyenda dice que fue en
peregrinación a Santiago a ver al santo. Se le aparecieron San Gabriel, San
Lázaro y San Pedro (según algunos romanceros). Todo ello dejando de lado que el
Cid era un guerrero y que su mayor fama estaba en el campo de batalla donde era
cruel y temido entre sus enemigos. De hecho su condición de invencible tras
tantas contiendas era una razón más para su “santificación”.
Pero el culmen llegó en 1554. El rey
Felipe II solicita la canonización de don Rodrigo Díaz de Vivar.
Se inició el proceso en Roma, pero luego se interrumpió y jamás se reanudó. En
¿qué se basaban para pedir su “santificación”? Los documentos que se enviaron a
Roma no se conservan, pero los cuatro siglos desde la muerte del Cid dieron
tiempo para crear la leyenda y dotarle de poderes que sólo tenían explicación
si procedían de Dios. Además de los hechos legendarios del caballero en vida, de
sus “buenas obras”, se le atribuyeron varios milagros.
Milagro
1: Victoria después
de muerto sobre los almorávides en Valencia. Comentada en el anterior post y
recogida en “La Leyenda
de Cardeña”.
Milagro
2: hacen coincidir
la muerte del Cid con el mes de mayo ligándolo a la Pascua de Pentecostés, es
decir el quincuagésimo día después de la Pascua, cuando se celebra el descenso del
Espíritu Santo, lo que confiere características milagrosas. Otra versión hace coincidir la muerte de
Rodrigo Díaz con la conquista de Jerusalén por los Templarios en julio de 1099.
Conseguir esta empresa se consideraba el mayor de los milagros y el espíritu
guerrero del Cid contribuyó.
Milagro
3: el Cid muerto,
embalsamado y expuesto en el monasterio de San Pedro de Cardeña echa mano a su
espada Tizona cuando un judío pretende tirarle de la barba, no pudiendo meter
la espada en la vaina ni volver a poner la mano del Cid cogiendo los cordones
de su manto tal y como la tenía anteriormente. El judío se convirtió al
cristianismo del susto.
Milagro
4: en 1541 se abre
la tumba del Cid para trasladar los restos a otro lugar en el monasterio de San
Pedro de Cardeña. En aquél momento las tierras burgalesas y riojanas sufrían
una gran sequía. Del sepulcro abierto se desprende una fragancia agradable y
desde que se prepararon los andamios comenzó a llover mansamente hasta que concluyó
la función al siguiente día.
Referencias:
Ø
“La
Posible Santidad del Cid” de José María Garate.
Ø
wikipedia.org
Ø
“La Imagen
del Cid en la Historia,
la Literatura
y la Leyenda”
Conferencia de Ian Michael. Biblioteca Nacional, 17 de mayo de 2007.
Ø "El Poema de Mío Cid: El Patriarca Rodrigo Díaz de Vivar trasmite sus Genes” de Jack Weiner.
Ø “El Cid” de Richard Fletcher.
Ø
“Los Monjes de San Pedro de Cardeña y el Mito del Cid” de F.
Javier Peña Pérez.
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